Cecilia Dreymüller, Presentación Lutz Seiler: Kruso
“Antes de comenzar la charla con la editora y el traductor, quería señalar unas cuantas claves que hacen que esta novela, publicada en Alemania en 2014, no sólo haya merecido el unánime aplauso de la crítica, y haya sido galardonada con el Premio del Libro en la Feria de Frankfurt, sino que sea un libro que va a permanecer. Sí, estoy convencida de que se leerá dentro de 50 y 100 años. Porque posee, por un lado, una infinita riqueza literaria y, por otro lado, crea unos personajes únicos e inolvidables, de una inusual plasticidad física y profundidad psicológica, aparte de su calado filosófico.
Personajes así sólo se pudieron dar en la RDA. Kruso recrea con precisión las alucinantes floraciones sociales que el régimen socialista había producido en su última década. Se averigua mucho sobre esta época en Alemania Oriental, sobre su ambiente grisáceo y opaco y sus colores clandestinos, sobre los marginados y sus sueños, sobre rituales de juventud e infumables bebidas de moda. Seiler es un autor eminentemente sensual que despliega placeres y asquerosidades con mimoso detalle.
También nos enteramos de la enorme importancia de la literatura para la gente de a pie. No en vano el fregón de restaurante Kruso es poeta y su amigo Ed maneja la poesía de Novalis, Trakl o Peter Huchel como un prestidigitador. Uno de los compañeros camareros es especialista en Rimbaud, otro en literatura clásica greco-latina. En un momento dado se dice de la energía de Kruso: “La poesía es resistencia. Y un camino de redención. Una inmensa posibilidad.”
Lutz Seiler se basa en hechos reales que conoció de cerca cuando pasó, en 1988 y 1989, dos veranos de camarero en la isla de Hiddensee. Como saben, Hiddensee es una pequeña isla del Báltico, del tamaño de Formentera, al lado de la isla de Rügen. Se ubica frente a la costa danesa, a unos 50 kilómetros de la pequeña isla de Moen. Por eso entre 1949 y 1990 no sólo era un destino de vacaciones muy solicitado, sino también punto de partida de muchos intentos de fuga, atravesando el mar hacia Dinamarca. Estos hechos históricos poco conocidos —los muertos que no consiguieron salvar a nado o en pequeñas embarcaciones el trecho de mar que les separaba de la libertad— forman el trágico trasfondo de la novela.
La sinopsis se puede leer en la página web de Club Editor y no les quiero aburrir. Sólo esto: la novela cuenta la historia de una amistad entre dos hombres tocados, trastornados en el fondo, por la pérdida de sus seres más queridos: Kruso ha perdido a su hermana, desaparecida al intentar llegar a nado a Moen; Ed busca en Hiddensee superar la muerte de su novia, atropellada por un tranvía.
Pero en vez de detenerme en el contenido quisiera llamar la atención sobre, en la maravillosa complejidad literaria de la novela, el juego de referencias y citas literarias, musicales y de arte que se despliega. Ya en el título contiene una promesa literaria que hace que abrimos el libro con una rara expectación, propia sólo de los libros que se leen en la juventud. Pues el mote de su personaje protagonista, de nombre civil Alexander Krusovich, remite a uno de los mitos de la literatura universal: Robinson Crusoe (de Daniel Defoe). Esto no es una elección casual: Crusoe personifica, como Fausto, Hamlet, Don Quijote o Don Juan, una problemática del individuo moderno.
De hecho, se trata de una problemática doble: la pérdida del paraíso de la naturaleza (cuya conciencia plena llega con la industrialización) y el sueño de libertad personal.
Paradójicamente, Robinson Crusoe consigue esta libertad en una situación de cautiverio, es prisionero de su paraíso isleño. Y en esta misma paradoja se mueve la novela, pues Lutz Seiler elabora a partir de este modelo su versión de un Robinson en la RDA. Kruso y Ed, a pesar de estar rodeados de soldados fronterizos y barcos patrulla, crean en Hiddensee su propio espacio de libertad. Es más, esta supuesta limitación es una conditio sine qua non; la isla y su especial ambiente de horizontes ilimitados, de aire y luz, consigue liberar a sus visitantes, según ellos. Alexander Krusovich ha desarollado una verdadera “filosofía de la libertad” que transmite a todos los que le rodean. Ha fundado una comunidad de buscadores de libertad, una pequeña sociedad solidaria que crece alrededor de él.
“A través de Kruso surgió una red de contactos y acciones…”
A los visitantes que pretenden fugarse o quedarse sin permiso en la isla, Kruso, tras procurarles “alojamientos clandestinos” les conduce al descubrimiento de la libertad interior. Pues el cometido de Kruso es salvar a los “naúfragos” haciéndoles desistir de su deseo de arriesgar su vida en la escapada por el mar. Para eso les instruye en los fundamentos de una ontología particular, como hace con su discípulo Ed:
“La isla es el primer paso, comprendes Ed. La isla es el lugar. Aquí la mayoría consigue ya al cabo de unas horas tocar la raíz, lo sentimos: la libertad está ahí, en el hondo de nosotros, habita ahí, tan en lo hondo como nuestro más íntimo yo. Ésa es la libertad de la que hablo. Nosotros no hemos de hacer otra cosa que despertar ese pensar. A menudo está prisionero e impotente. Existen numerosas formas de cautividad, Ed. Miedo, pesadillas, convulsión, apatía. Se añaden las escorias, siempre escoria que se posa sobre nosotros mientras vivimos. Una pesada sedimentación de ambición, poder, avaricia, posesión… (La raíz, 253)”